domingo, 5 de octubre de 2008

"Carré rouge, Triangle jaune, Cercle bleu" 250 m2


Cuando apareció delante de la puerta me sorprendió su baja estatura, la pureza cristalina de unos ojos azules y la barba blanca-gris recortada a lo mormón, sin bigote, como una cinta peluda que le sujetaba la generosa papada. Con un pantalón oscuro y una camisa blanca inmaculada, se me quedó mirando con curiosidad. Me levanté de un salto sintiéndome culpable de hacer sufrir de aquella manera al pobre silloncito tortuoso.


—Sólo tengo cinco minutos, pase a mi despacho. —El despacho era una sala inmensa con grandes ventanales que daban al jardín de entrada de la Cour du Cheval Blanc, pinturas de tonos lavanda y hierva decoraban los techos de molduras complejas, escenas de caza y bailes, de paisajes románticos pertenecientes a otra época hacían juego con los tapices de las paredes y el personaje que los disfrutaba cada día. En el centro, una mesa monstruosa dejaba apenas metro y medio de espacio hasta las paredes, me preguntaba cómo tendrían acceso al centro de los papeles. En una esquina un sucio ordenador destacaba de los montones de planos, papeles, archivadores, carpetas y dosieres de todo tipo, color y grosor. Una sucia alfombra, que en su día luciría vivos tonos cálidos, bordeaba la mesa, los hilos y agujeros raídos me decían que aquel despacho había sido pisoteado durante años, Le Roi estaba en sus dominios indiscutibles.

—¿Qué es lo que me tiene que enseñar?.

El dossier cayó pesado sobre otras montañas de papeles. Ningún gesto para hacer sitio, para ordenar un hueco, para suavizar el relieve. Lo cogió y empezó a pasar las hojas sin medida ni atención, cada página plastificada contenía la información justa, las imágenes precisas para entender el proyecto en el más breve espacio de tiempo; no obstante, una idea como la mía no era fácil de comprender. No podía dejarlo errar sin más por un mensaje tan estudiado y concentrado. Con suave firmeza se lo quité de las manos y le mostré rápidamente el proceso y lo que quería hacer con su Palacio, bueno, con una pequeña parte de él.

—La idea consiste en realizar un cuadro en el interior de la escalera doble en forma de herradura de la entrada del Palacio —No sabía si lo había captado o no, pero intuía que no era el momento de perder el hilo —El cuadro será de papel, no se realizará aquí sino en mi estudio y tan solo necesito un par de mañanas: una para colocar el papel blanco, y recortar el complicado perímetro interior de la escalera y otra para instalar el cuadro acabado y poder hacer una fotografía del conjunto.

Estaba lanzado y su silencio, bien de incomprensión bien de reflexión, me decía que no parara, que siguiera hablando, no quería confrontarme a la realidad de su opinión, no quería oír el rechazo. Colette volvía a pasar las hojas y se detuvo, al principio, en la fotografía en blanco y negro del cuadro al completo. Era el momento de cambiar de táctica, de explicar el concepto y la idea.

—El cuadro representa la fusión entre la figura humana y la geometría a través de elementos arquitectónicos, en realidad es como si la escalera fuese el marco del cuadro —La explicación fue absorbida por unos ojos ávidos y expectantes. Empezaba a mostrarse intrigado ¿Lo habría comprendido tan rápido?. Las páginas pasaban por mis manos diestras para ilustrarle, con imágenes, lo que iba saliendo a toda velocidad de mi cabeza efervescente. Al llegar al capítulo de “La Realización” su mano arrugada frenó mi explicación; el corto texto le transmitía toda la información. Seguía callado y su interés me iba dando más y más fuerza —aquí, en esta foto no se ve muy bien, pero he traído el boceto original —le dije señalando el rollo que llevaba conmigo.

—¿A considerado el tamaño?.

—Sí, por supuesto.

—Y… ¿no le produce ningún problema?.

—En absoluto —Se me quedó mirando unos segundos, mi cara debió de reflejarle hasta qué punto era cierto lo que yo todavía desconocía.

—En el centro —continué rompiendo el encanto del silencio —Tres figuras intentan controlar, a modo de frontera, una anarquía de colores y planos formales que no se repiten en ningún momento en toda la obra. Tras estas figuras los tres elementos geométricos principales: el cuadrado, el triángulo y el círculo, a los cuales les añado el color según una teoría de Wasili Wasilievich Kandinsky. De ésta forma constituyen el pilar de todo el conjunto y, por tanto, el título de la obra. Empecé a separar unas sillas para hacer espacio, y sobre la raída alfombra roja coloqué el papel y el dibujo que éste portaba. Colette se sentó delante sereno con las piernas separadas y los codos sobre las rodillas, cuando su prominente barriga pareció acoplarse sacó unas gafas de cerca del bolsillo de la camisa. Un par de miradas hacia el dossier, pasó dos hojas y siguió observando el dibujo del suelo, lo estaba analizando. No quería que se rompiera el hilo conductor, la frágil estructura de ambiente positivo; lo intuía interesado, estudiaba las cuestiones y la esperanza asomaba tímida por una esquina…

—A la entrada están los guardianes de la puerta, hombre y mujer, uno a cada lado del primer escalón de la escalera. Detrás, las dos esculturas que, pintadas, constituyen un juego de percepción entre la segunda y la tercera dimensión; ya que son las interpretaciones de las dos esculturas que, en los muros de la escalera, descansan en sus nichos de tres metros de altura.

Colette asentía serio con la cabeza, los brazos cruzados sobre la prominente barriga y recostado sobre la silla, me estudiaba con asombro y ceño fruncido.

Su silencio se prolongaba y yo ya no podía parar. Me habían permitido explicarme y aquello me bastaba.

—En realidad la idea nace como un juego de percepción, donde el tamaño de la obra compite en dimensión con un elemento arquitectural tan importante como este. A mi me gustaría que un público selecto pudiera andar sobre el cuadro. Tal vez una inauguración con invitación donde la gente pudiera nadar entre formas y colores, sin apenas poder distinguir el mensaje; luego, al subir las escaleras iría descubriendo otra manera de ver el cuadro. Y para acabar dicho juego perceptivo, el veinte de julio se inauguraría la segunda exposición de algunos trozos cortados en la sala de exposiciones del Espace St. Jean de Melun.

—Sí, me gusta la idea —en ese momento supe que un gran paso se había dado —Pero, precisamente, ¿qué pasará con el público? —su pregunta me pilló desprevenido, ¿daba por hecho que el cuadro se podía hacer? ¿Acaso no se estaba preguntando por las consecuencias de la realización, detalles en realidad, y no si se podía hacer o no?. Sus ojos se concentraban en el dibujo, los míos en él y en lo que se me avecinaba.

—¡Andar sobre el cuadro!… Lo van a estropear. Se romperá, entre los pavés hay huecos… E incluso la gente podría caerse si no los ve —Se quedó pensativo, como visualizando la escena, no parecía hacerle mucha gracia. —De todas formas es una barbaridad. Además el suelo es de pavés y por tanto irregular. El papel nunca podrá soportarlo… Su obra es, ya se apañará.

—Sí que puede. Ya he realizado otros proyectos de este tipo y el papel ha resultado un material muy resistente. Y la exposición del cuadro no es lo más importante —¿Cómo quitarle la idea de la cabeza? —Incluso me podría pasar de la inauguración. Para mí lo más importante es poder realizar la fotografía del conjunto con la escalera como marco de la obra.

Sin decir una palabra se levantó y se escurrió tras una puerta algo camuflada a la derecha de una ventana, tal vez tuviera ganas de ir al baño. Allí sentado con el dibujo a los pies, el dossier abierto sobre tantos otros papeles, observaba el despacho. Estaba sereno, el estómago había desaparecido y una relajación general me invadió por entero. No había tenido tiempo de darme cuenta hasta qué punto todo estaba saliendo bien, recordaba las horas pasadas traduciendo los textos y pegando fotos, dibujando el boceto y revelando los carretes para positivar las fotografías en el laboratorio del armario; y todo parecía ya lejano. Colette volvió de su puerta misteriosa con una vieja carpeta, la colocó encima del dossier, enésimo piso en equilibrio, y la abrió. Ante mis ojos empezaron a desfilar antiguos grabados concernientes a la escalera del Palacio de Fontainebleau. Vistas desde las arcadas, desde la parte de arriba, de frente, de lado. Al encontrar lo que buscaba paró el desfile, cogió el plano a escala y se fue hacia la fotocopiadora. Me entregó dos fotocopias con las dimensiones exactas al milímetro. Cuando la comparé con el dibujo que había sacado ampliando un plano global de una guía turística, comprendí hasta que punto las guías de viaje menospreciaban el rigor arquitectónico en sus planos, por muy generales que éstas fuesen.

—¿Cuándo va a empezar? —Su sequedad volvía a sacarme del ensueño.

—Ahora voy a tomar unas medidas —Echó un vistazo a las fotocopias sin entender que yo aún no sabía lo que tenía que hacer —Y espero volver el martes que viene para poder probar los primeros trozos de papel. Por cierto, sí que me gustaría que me indicara a quién debo dirigirme para no molestarle cada vez que necesite pasar por aquí.

—Mientras venga los martes por la mañana que el museo está cerrado no hay problema, incluso si necesita venir entre semana que sea temprano, antes de las nueve cuando el museo abre sus puertas.

Enrollando el dibujo le miré los ojos y él me devolvió la mirada serena, deseándome la suerte que ya había tenido. No hubo esa frase mágica de: “Bueno, sí, le doy permiso”. No, no tenía nada donde apoyarme… Pero sabía que ya podía hacerlo. Sonreí y le devolví la mirada a aquel despacho en el que nunca volvería a poner los pies. Nos dirigimos hacia la secretaria de la entrada y en pocas palabras le explicó la situación a la que me miraba con incredulidad.

—Póngase en contacto con ella, cuando quiera venir. Buena suerte.

Allí nos quedamos clavados, yo de pie, rulo en mano y la secretaria sobre su silla. Pronto comprendí que la persona importante no era el curioso personaje que acababa de salir, sino la que, ante mí me miraba con cara de querer hacer mil preguntas. Le enseñé el dossier y el dibujo para que pudiera comprender la idea y el proyecto, le costó, pero llegamos a buen término. Una llamadita antes de venir para prevenir a los guardas de la entrada sería suficiente. Apenas daba crédito a mis oídos, ¿Sería tan fácil?, ¿Ya estaba todo?... “Adieu”, Me dijo sonriente y más tranquila. Curiosamente me pareció mucho menos rechoncha que al llegar.

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